Próxima parada: Brooklyn. Al igual que me pasó con Nueva York, no puedo decir que la primera imagen de Brooklyn fuera alentadora. Salimos de la parada del Subway (Metro, para los no iniciados, jeje) de Graham Av. y una bofetada de un peculiar olor nos invadió. Era un Restaurante que había cerca de la boca de Metro, aunque entonces no lo sabía, de hecho, desde entonces, cada vez que huelo algo parecido digo: “mmmm, huele a Brooklyn”, ahora con tono cariñoso, en ese momento indiferente. No era un olor ni bueno ni malo, simplemente, peculiar.
Digo que mi primera impresión de Brooklyn no fue nada especial no sólo por el olor (faltaría más), si no porque excepto determinadas cosillas, tampoco me evocaba a esa imagen estadounidense que se ve en las películas. Por ejemplo, no veía que los coches que circulaban fueran diferentes, eran como los de aquí. Pocos coches pequeños, si, pero como los de aquí. A ver, hago un inciso, no estaba ni decepcionado ni disgustado. Simplemente no estaba excesivamente emocionado.
Llegamos a ese peculiar pisito de Dani donde viviríamos los próximos 9 días. Peculiar porque las tablas eran del año de la guerra de Secesión, si pasaba alguien por alguno de los pisos colindantes lo escuchabas en tu propio suelo, como si hubiera un fantasma. Una duchita y Dani se dispuso a llevarnos a la zona cero. Por entonces ya nos había explicado lo que era un Bagel; un pan típico norteamericano que puede rellenar CON LO QUE QUIERAS y que, por lo visto, engorda un huevo. Ya me estaba aclimatando a la ciudad, ya que planeamos al día siguiente desayunar en la “Bagel Store”, y a mí… se me conquista por el estómago.
Ese día: Metro, caminata y… ¡Rascacielos! Por fin me metí en la zona neurálgica de Manhattan, precisamente lo que estaba buscando: grandiosidad, edificios enormes, calles anchas y muchas banderas norteamericanas. Antes de este viaje, como buen español que soy, veía ese amor por la bandera como una “americanada” típica de las películas, pero es que realmente les gusta su bandera y están orgullosos de ella. Probablemente deberíamos preguntarnos por qué no estamos orgullosos nosotros de la nuestra, porque “dejando la política y la historia a un lago”, es la bandera del sitio donde vivimos, que estará mejor o peor “dirigido”, pero la bandera de un país no debería representar a los políticos o hechos que han sucedido en el pasado… Sino a la gente de a pié que vive en él. Sí, en la práctica no pasa, sólo sacamos la bandera cuando juega el España, después, de nuevo al cajón, y si la llevas: “Uuuuh… ¡facha!”.
Estuvimos en la zona cero, en la que ya hay un edificio a medio construir que es “pa verlo” de alto… Y New York me volvió a ganar a través del estómago, cenamos en un “Deli”. Para quien no sepa lo que es: Hay comida expuesta tipo buffet libre, pero no es lo mismo. Coges lo que quieras, de la variedad que quieras y la cantidad que quieras, y sea lo que sea lo cobran al peso. Ya cojas 200g de sushi o de macarrones, te va a costar lo mismo. Así que, con el estómago contento, nos fuimos a ver el puente de Brooklyn iluminado y nos topamos en el puerto con una tremenda exhibición de cohetes. Era el primer día de verano y nos tocó a nosotros y en el sitio ideal desde donde verlo. Definitivamente, teníamos mucha suerte.
Ya estaba yo metido en la dinámica de la ciudad y entusiasmado por ver más, ya estaba viendo las cosas que quería. Y aún quedaba algo especial: el Ferry. Siendo de noche y con las luces de la ciudad en modo “on”, cogimos el Ferry gratuito (digo gratuito, de nuevo, como buen español que soy. Oímos GRATIS y nos encanta, sea lo que sea, jaja) que te lleva a Staten Island para ver la estatua de la libertad. A la gente siempre le decepciona porque es más pequeña de lo que parece, y lo es… Pero es como es, a mí me gustó, la había visto en miles de fotos, pelis, dibujos, series… Y si le unes el encanto de verla iluminada de noche, mirar al sitio de donde veníamos y ver (también entre luces y cielo oscuro) el Slyline de Manhattan… Pues qué más se puede pedir.
Tras esto volvimos a casa. Estaba muy, muy cansado. Me había pegado un viaje en coche hasta Madrid, de ahí un avión a Lisboa y de Lisboa a New York, llevaba el día entre caminando y cargando con una maleta… Y todo casi sin dormir. Ahora me había llegado el sueño. Sólo quedaba llegar a casa, descansar y levantarme dispuesto a decir, esta vez ilusionado… “¡Estoy en New York!”.