domingo, 17 de julio de 2011

2ª parte: "¡Estoy en New York!"


Próxima parada: Brooklyn. Al igual que me pasó con Nueva York, no puedo decir que la primera imagen de Brooklyn fuera alentadora. Salimos de la parada del Subway (Metro, para los no iniciados, jeje) de Graham Av. y una bofetada de un peculiar olor nos invadió. Era un Restaurante que había cerca de la boca de Metro, aunque entonces no lo sabía, de hecho, desde entonces, cada vez que huelo algo parecido digo: “mmmm, huele a Brooklyn”, ahora con tono cariñoso, en ese momento indiferente. No era un olor ni bueno ni malo, simplemente, peculiar.

Digo que mi primera impresión de Brooklyn no fue nada especial no sólo por el olor (faltaría más), si no porque excepto determinadas cosillas, tampoco me evocaba a esa imagen estadounidense que se ve en las películas. Por ejemplo, no veía que los coches que circulaban fueran diferentes, eran como los de aquí. Pocos coches pequeños, si, pero como los de aquí. A ver, hago un inciso, no estaba ni decepcionado ni disgustado. Simplemente no estaba excesivamente emocionado.

Llegamos a ese peculiar pisito de Dani donde viviríamos los próximos 9 días. Peculiar porque las tablas eran del año de la guerra de Secesión, si pasaba alguien por alguno de los pisos colindantes lo escuchabas en tu propio suelo, como si hubiera un fantasma. Una duchita y Dani se dispuso a llevarnos a la zona cero. Por entonces ya nos había explicado lo que era un Bagel; un pan típico norteamericano que puede rellenar CON LO QUE QUIERAS y que, por lo visto, engorda un huevo. Ya me estaba aclimatando a la ciudad, ya que planeamos al día siguiente desayunar en la “Bagel Store”, y a mí… se me conquista por el estómago.

Ese día: Metro, caminata y… ¡Rascacielos! Por fin me metí en la zona neurálgica de Manhattan, precisamente lo que estaba buscando: grandiosidad, edificios enormes, calles anchas y muchas banderas norteamericanas. Antes de este viaje, como buen español que soy, veía ese amor por la bandera como una “americanada” típica de las películas, pero es que realmente les gusta su bandera y están orgullosos de ella. Probablemente deberíamos preguntarnos por qué no estamos orgullosos nosotros de la nuestra, porque “dejando la política y la historia a un lago”, es la bandera del sitio donde vivimos, que estará mejor o peor “dirigido”, pero la bandera de un país no debería representar a los políticos o hechos que han sucedido en el pasado… Sino a la gente de a pié que vive en él. Sí, en la práctica no pasa, sólo sacamos la bandera cuando juega el España, después, de nuevo al cajón, y si la llevas: “Uuuuh… ¡facha!”.

Estuvimos en la zona cero, en la que ya hay un edificio a medio construir que es “pa verlo” de alto… Y New York me volvió a ganar a través del estómago, cenamos en un “Deli”. Para quien no sepa lo que es: Hay comida expuesta tipo buffet libre, pero no es lo mismo. Coges lo que quieras, de la variedad que quieras y la cantidad que quieras, y sea lo que sea lo cobran al peso. Ya cojas 200g de sushi o de macarrones, te va a costar lo mismo. Así que, con el estómago contento, nos fuimos a ver el puente de Brooklyn iluminado y nos topamos en el puerto con una tremenda exhibición de cohetes. Era el primer día de verano y nos tocó a nosotros y en el sitio ideal desde donde verlo. Definitivamente, teníamos mucha suerte.

Ya estaba yo metido en la dinámica de la ciudad y entusiasmado por ver más, ya estaba viendo las cosas que quería. Y aún quedaba algo especial: el Ferry. Siendo de noche y con las luces de la ciudad en modo “on”, cogimos el Ferry gratuito (digo gratuito, de nuevo, como buen español que soy. Oímos GRATIS y nos encanta, sea lo que sea, jaja) que te lleva a Staten Island para ver la estatua de la libertad. A la gente siempre le decepciona porque es más pequeña de lo que parece, y lo es… Pero es como es, a mí me gustó, la había visto en miles de fotos, pelis, dibujos, series… Y si le unes el encanto de verla iluminada de noche, mirar al sitio de donde veníamos y ver (también entre luces y cielo oscuro) el Slyline de Manhattan… Pues qué más se puede pedir.

Tras esto volvimos a casa. Estaba muy, muy cansado. Me había pegado un viaje en coche hasta Madrid, de ahí un avión a Lisboa y de Lisboa a New York, llevaba el día entre caminando y cargando con una maleta… Y todo casi sin dormir. Ahora me había llegado el sueño. Sólo quedaba llegar a casa, descansar y levantarme dispuesto a decir, esta vez ilusionado… “¡Estoy en New York!”.

domingo, 10 de julio de 2011

Cómo fui a Nueva York (y cómo volví)

Nueva York, esa ciudad que encanta a los que la miran como ciudad y decepciona a los que esperan ver ovnis, explosiones y dinosaurios por Central Park.

Sí señores, esta será mi descripción, una ciudad con encanto pero caótica, por donde puedes pasear tranquilo pero nervioso, cara, cuando quieres que sea cara, y tirada cuando lo que buscas son gangas. Y me gustaría dividir a los que van a visitarla (según la gente que conozco) entre los que la viven como turistas y los que intentan formar parte de ella. Creo que nosotros (Espe y yo) fuimos como un poquito de ambos: Como turistas, porque es lo que somos allí y como ciudadanos, ya que no fuimos “pasto de hotel”, sino que tuvimos nuestra propia llave en un peculiar pisito de Brooklyn.

Si esperáis una guía turística de la ciudad, ya podéis dejar de leer, no seré objetivo, ya que no voy a hablaros de cómo es nueva York, sino de cómo la vi yo.

¿Cómo podría empezar este viaje? Siempre quise ir a NY. Llevo casi 31 años viendo pelis americanas, eso es evidente. La estatua de la libertad, la 5ª Avenida, el Central Park, Times Square… Cada pequeño rincón puede recordarte a una de tus películas favoritas, Actuales o, en mi caso, las que más me calaron: Las de mi infancia. Esas persecuciones por Central Park en Sólo en Casa II. Tom Hanks tocando un gran piano en el suelo de una tienda de juguetes tras ser convertido en un “big” hombre en el parque de atracciones de Coney Island, los vítores de alabanza y ánimos que soltó la ciudad de Nueva York en las dos partes de Cazafantasmas (la primera película empieza en la Biblioteca pública, la misma que se inunda en “El día de mañana”)… Sí, mi primera intención fue: “iré al lugar donde se graban todas estas escenas”. Cometí un error, el de la gente que espera estar “dentro de una película”.

Seamos realistas, Nueva York es una ciudad. Tiene tráfico, olores, ruido, gente con buena y mala pinta, uno de los metros más viejos, sucios y calurosos que he visto en mi vida… Es una ciudad, no es el paraíso. Pero también tiene algo… Tiene DE TODO. Mucha gente dice al volver: “no es para tanto”. La pregunta es: “Y, ¿qué esperabas encontrar?”, repito, es UNA CIUDAD.

A mí me ocurrió. Llegamos al aeropuerto de Newark (New Jersey). Lamentablemente no pudimos ver el JFK o el de la Guardia, fuimos si no me equivoco, al que está más en el quinto caraj… Muy lejos. Pasamos por la aduana (con muchas banderas norteamericanas y mucho respeto) y lo primero con lo que nos topamos fue con un agente de aduanas bastante agradable. Incluso cuando le dije que de profesión era “actor” me preguntó sonriendo si yo era el Brad Pitt Español… Evidentemente no, podría ser más bien el Tom Cruise, por altura, aunque tampoco (yo soy más alto, jeje).

Hasta ahí bien, pero al salir de ahí nos dimos cuenta de dos cosas: 1. Que allí mucha gente habla español (mejor que nosotros) y 2. Que nosotros hablamos inglés como auténticos monos. De hecho muchas veces les preguntábamos en inglés y nos contestaban en español, nos verían cara de “qué mierda estoy diciendo, qué me pasa en la lengüita”. Así que entre que estábamos más perdidos que una mierda de pato y que casi nos da un soponcio en el metro por el calor, las pesadas maletas y los inteligibles (entonces) jeroglíficos que ellos llaman “carteles” nos presentamos en la estación de Union Square, miramos alrededor y dijimos algo así como “esto es una ciudad como cualquier otra… ¿Dónde están los pisos altos?”.

Así fue mi primera impresión, un tanto desconcertante. No mala, sino inesperada. Sabía que aún no había visto nada (por dios, nos acabábamos de bajar del metro), pero lo que había visto no me había parecido nada del otro mundo.  Tal vez iba con la mentalidad de la que os hablé anteriormente, entrar de lleno en una película de negocios y multinacionales de los 80s donde una oleada de ejecutivos cruza a la vez el semáforo, pasa un taxi conducido por un hindú con turbante, y un señor negro vende perritos con una gorra de los Yankees mientras hace chistes malos a sus clientes. No, no ví nada de eso, vi UNA CIUDAD.

A los 3 minutos llegó nuestro amigo y director de esa serie que espero hayáis visto (publicidad suibliminar de “Hasta el Final”) Dani Zarandieta, quien se había ofrecido a alojarnos en su pisito de Brooklyn y, la verdad, yo al menos me tranquilicé un poco. Ya teníamos guía, podría relajar mi cebrero un ratito para dejar de pensar:  “¡¡hacia dónde hay que ir!! ¿¿Qué es Down Town?? ¿¿Dónde está Brooklyn?? ¡¡Quiero ir con mi mamá!!”. Ahora teníamos lazarillo, y nos disponíamos a empezar oficialmente en aquella CIUDAD llama Nueva York.

Continuará…